Esta es la segunda parte de “El Gran RoadTrip celíaco por Europa, lee la primera parte aquí.
Al día siguiente, me levanté con un día súper nublado, a 3 grados de temperatura y con nieve. Me dirigía hacia Alta dónde conocí a unos holandeses moteros con quienes compartí la cena en el camping.
Fue una noche agradable compartiendo experiencias. Es una de las cosas más bonitas de viajar. Después de Alta me dirigí a Tromso, dónde estuve 2 noches, esta vez en un hotel, para descansar bien y tener internet para cerrar el viaje de vuelta a Italia. En este viaje, compaginé campings y cocina propia con restaurantes y hoteles.
En Tromso me alojé en el Scandic hotel, un poco alejado, pero al ir en coche no pasaba nada. Para comer y cenar, la primera noche me fui al centro para visitar la ciudad y comer caliente y bien. La segunda me pedí una pizza para tomar en la habitación. Todo sin gluten por supuesto. Esta vez comí dos veces seguidas en el Restaurante PEPPES PIZZA. ¡Buenísimo! Esta ciudad es muy interesante también porque, según tengo entendido, es la que más auroras boreales ve durante el año, y también está llena de estudiantes.
Acabada la estancia en Tromso y con el viaje replanteado, seguí hacia Svolvaer. Allí llegué y me encontré con unos españoles que se habían quedado sin batería. Les ayudé a encender el coche con mis pinzas y seguí hacia mi “camping”, una casa con habitaciones con cocina y baño compartido. No había mucha gente por entonces, así que pasée y volví a casa para hacerme la cena y dormir.
Al día siguiente me esperaba un largo camino hasta Å (que se pronuncia “ó” y significa “fin”) en la punta de las islas Lofoten. Así que, después de saludar a mi vecina la gaviota, me encaminé hacia allí. Es otro pueblito pequeño y precioso, dónde se pueden ver los salmones colgados para secarse. Como veis en las fotos, los días eran nublados y con lluvia, así que no pude admirar bien la belleza de las Lofoten Islands porque las nubes las cubrían.
De vuelta a Svolvaer, me hice la cena y al día siguiente cogía un ferry para ahorrarme 390km y poder dirigirme hacia Mo i Rana. A partir de allí, el tiempo cambió y mientras me iba con el ferry, pude ver un poco mejor las islas, parando en Skrova, una islita de postal. Por el camino me paré a admirar la montaña Saana, que me habían recomendado los camareros que había conocido en Cabo Norte. Es una de las montañas más bonitas que he visto, equiparable al Cervino (Zermatt) de Suiza.
Todavía por encima del Círculo Polar Ártico, paré a admirar la fuerza del agua. ¡Ese río provocado por el deshielo era aterrador!
En Mo i Rana estuve poco tiempo porque el camping no era nada cómodo. Estaba sucio y no dormí nada bien, así que a las 5 de la mañana, y con el reloj biológico un poco perdido, ya que era siempre de día, cogí el coche para llegar temprano en Trondheim, otra ciudad de estudiantes en la que conocí, sentado en un banco delante de la catedral, a un señor noruego de unos 80 años que hablaba español.
Estuvimos hablando toda la tarde.
A partir de aquí, mi viaje ya dejó de ser un viaje y se convirtió en una carrera para llegar lo antes posible a Italia. Al día siguiente cogía un ferry que me llevaba hasta Bergen en 26 horas. Llegaba allí por la tarde, dormía y luego me iba a hacer noche en Kristiansand, dónde al día siguiente cogía otro ferry hasta Hirsthalls en Dinamarca y conducía 820 km hasta llegar a Göttingen, a cenar, descansar y al día siguiente otros 850km hasta llegar al hotel Günther de Postal, un pueblecito de Italia dónde viviría otros 8 meses.
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