En 2007, ¡tuve la oportunidad de ir a la India durante 8 días! Fue un viaje muy interesante y lleno de contrastes: olores, calores, vacas, humos, elefantes, autocares, pobreza, riqueza, más vacas, hoteles, regateo, realidad, otro elefante… y alguna visita a empresas de la región.
De este viaje no dispongo de fotos de comida ya que todavía no existían aplicaciones como Celicity, de hecho ni habían aplicaciones apenas, pero intentaré haceros un resumen para que veáis que un celíaco y un hindú también se pueden llegar a entender.
A primera hora de la mañana del 27 de octubre de 2007, nos vino a recoger un taxi a casa y nos llevó al aeropuerto de Barcelona, dónde embarcamos en un avión que nos llevaba a Delhi, con escala en Amsterdam.
Por el momento todo iba muy bien, ya que en el trayecto de Barcelona a Delhi me ofrecieron un menú para celíacos durante el vuelo (previa solicitud) y en los hoteles estaban informados sobre el tema de la celiaquía y no hubo problema. Lo más difícil eran los desayunos, ya que eran de buffet libre y aquí todo el mundo pone la cuchara donde no debe, ¡Celíacamente hablando, claro!
Al día siguiente, cogimos otro autocar que nos llevaba a Jaipur, a 236 km, con parada al Taj Mahal, uno de los monumentos funerarios más hermosos del mundo: un edificio de mármol blanco con incrustaciones de piedras preciosas dedicado al amor, en memoria de Mumtaz Mahal, la esposa de Shahjehan.
Después de la visita, fuimos a comer a un restaurante de la zona. Allí fue un poco difícil porque no estaba planeado y tuve que hablar bien con el guía para que concienciara a los cocineros, ya que nos sacaron los panes típicos, esos que pegan en la pared de los hornos, con pollo y patatas, todo junto y costó un poco hacerles entender que tenían que hacer uno separado y con las manos limpias… ¡gajes del celíaco!, pero eso también nos pasa aquí en España cuando pides aceite limpio, ¿verdad?
Sinceramente, allí no están muy acostumbrados a estas alergias, pero también hay que tener en cuenta que no echan aditivos a la comida y todo sabe mejor, aunque utilicen harina a veces, solo hay que pedirlo bien. Al final me pusieron medio pollo con ensalada, que la verdad estaba muy rico, pero la ensalada fue un error…
Por la tarde, fuimos a visitar el Palacio de los Vientos, un edificio decorado con delicadas ventanas, balcones y orificios desde dónde las mujeres del Maharajá divisaban la vida del exterior del palacio, sí, ¡es otra cultura! Después fuimos al observatorio astronómico y volvimos al hotel. ¡A cenar! A esta hora el efecto ensalada ya empezaba a notarse. Y es que en estos países TODOS tenemos que vigilar con los alimentos crudos, ya que pueden dejarte el estómago del revés. Cené poca cosa y me fui a dormir, hasta que al día siguiente ya no pasé del desayuno.
Además, ese día tenía que ir con mi padre a visitar una empresa, fue uno de los días más interesantes, pero lo pasé fatal, ya que el dolor de barriga es difícil de disimular. Por suerte estaban acostumbrados a recibir visitas de europeos que comían ensalada y no era la primera vez que veían a uno con dolor de barriga. Se portaron muy bien porque nos llevaron a un restaurante y pedí arroz hervido y cordero a la parrilla. Por la noche cené algo ligero y al día siguiente ¡ya estaba casi recuperado!
Ese día, me quedé en el hotel mientras mi padre se iba de visitas, que por entonces estaba en segundo de carrera y los exámenes estaban al caer, así que aproveché para reponerme y estudiar un poco.
Después estuvimos dos días en Bombay visitando las zonas industriales y ya volvimos a Barcelona por París.
Moraleja, ¡No hace falta ser celíaco para tener que vigilar lo que comes cuando viajas!